María V.
Primer paso: conocimiento.
Tantear con el aroma. Manosear con la mirada. Los primeros encuentros son hielo
en el ambiente: tomo un cuchillo, lo afilo con los pensamientos que suben y
bajan, y juego. Juego a atacar o defenderme según los bailes de mi estómago,
según la contracción de los tendones de mis piernas, o simplemente suavizo los
pies. Siempre hielo en el primer ambiente. Frío que quema las orillas del
cuerpo; fuego que agrieta de dentro hacia afuera. Lo normal. Sé de antemano que
no cualquiera alcanzará a vivir ese rincón.
En
seguida, rincones como albercas de gelatina llena de grajeas de colores que
alumbran el camino y pintan la piel. Como ese pastel que toco para saborear lo
esponjosito, y meto el dedo, y derramo todo en mis manos hasta que quedan
pegajosas. Todo es dulce y empalagoso. Tardo en limpiar las manos. Lamo cada
rincón. Las atesoro.
Y como
las atesoro, ahora las lleno de nuez. Juego. La pienso con la boca, la sigo con
las manos. Como cuando después de bañarme, justo en el momento de cerrar la
llave del agua cierro los ojos para ver los márgenes de ese pequeño espacio
húmedo que me contiene. Con los ojos cerrados exprimo un poco el pelo y sólo
así habla. Luego, tomo la toalla y seco el cuerpo, lo cubro, salgo, y toda la
rutina dentro del baño es en ceguera auto-impuesta. Sólo yo impongo lo oscuro,
y en esa cueva visual alcanzo a ver los bordes del otro horizonte.
Y los
alrededores de la nuez son terrosos. Tierra. Tierra mojada si es que hay que
llevarlas a la boca. Café, dura (como las piedras), difícil de romper. Pero
sabes que dentro está la fruta; toda ella es una fruta. Cuando tengo una nuez y
la abro nunca sé si está en su punto o le falta madurar. Ahí está, como el
amor, como la resonancia de la voz, como la escritura, que en su punto o sin
punto mezclo. Así, sin preguntar. Con permiso (y sin él), voy pasando.
De niña, cuando paseaba por
el kínder a la hora del descanso, masticaba gajos de naranja que mi madre ponía
de refrigerio. Masticaba lo más que podía para absorber todo el jugo posible
antes del gran final: abrir la boca para dejarla caer a la tierra. Aún no podía
comer la naranja de otra forma. A primera vista, cuando caía el gajo, ya se
encontraba cubierto de tierra antes de tocar el piso. Lo observaba, me
preguntaba cómo era posible que desde antes de caer ya atraía todo. Ahora sé
que la realidad es otra en cuestión de segundos. Y en eso se me iba el recreo,
en eso y en observar a las chicas y chicos más grandes de la escuela, los de
tercero. Algún día yo iría a ese salón, al de los grandes. Salvo por el hecho
de tener que masticar el gajo, chuparle la vida y luego dejarlo caer desde mi
boca, siempre quise ser así, atraer todo desde antes de caer, pero sin caer. Es
que nadie quiere caer. Bastarían algunos años para saber que ese gajo olvidado
en tierra sería reabsorbido por la naturaleza. Ahora lo mezclo todo con piña:
el corazón dentro, la sabiduría dentro, el proceso desde dentro y tan tropical
como la memoria en mi nariz, en mis pies y en los sueños del lugar donde nací:
la memoria de la arena en mi cuerpo.
Y la
memoria en el cuerpo y el destino de los perfumes: mi olor, mi aroma, desde el
abdomen que inflo y hundo para devorarlo todo, respirarte a ti; mis cuencos que
guardan: lo amargo, a veces agrio, dulce, cítrico, natural, yo. Para ir a la teoría de las catástrofes. Es que
simplemente adoro ese título porque me lleva a pensar en los vínculos
invisibles, en especial cuando sólo vemos nuestras espaldas.
Y ahora,
¡venga la soberbia! Soy todas la voces, todas las traducciones, aunque éstas no
se den cuenta. Mis piernas leen la lentitud del caracol. Letra por letra,
semilla por semilla (claro, antes de ser fruta), una por una caen en la orilla
del abismo y todo por creerse el juego del instante y el des-instante; por
oscilar entre oriente u occidente; arriba o abajo; adentro o afuera. Pero no
hay juegos. Sólo profundizar. ¡Abre los ojos! Somos cada instante, un solo
territorio. Cada letra vuelve, con cada semilla. Abro los ojos. Y, ¡sí! Soy
sublime. Vivo diariamente en esa posibilidad y pienso en la piña, el limón, la
nuez…
Y otra
vez en el desierto. De cierto sé que desierta he vivido y que el desierto está
vivo. Una de las esquinas del territorio (¿un sub-territorio? Ni territorio, ni
no-territorio, ni sub-territorio, aunque si tuviera que elegir lo pondría en el
sub del sub del sub. Abajo, allá donde no hay oposición, simplemente otra
parte). Miedo. Inocencia. Vida. Plantas verdes. No agua. Oasis. Dunas como olas
del mar, como los cerros entre el abdomen y la cadera. Conexión: entrega:
escritura: inocencia: ficción o no.
Y hoy la
fruta libre. Fruta en reverso: fruta fuera de la boca, fuera de la mano, fuera
de la bolsa de plástico, fuera del contenedor, fuera del recipiente comercial,
fuera del comercio. Fruta en la rama, en su árbol, en su flor, en su canal de
tierra. Pero de vez en cuando bajamos hasta la palma de la mano.
¿Qué
saboreo? Sólo el aroma que me saca hacia “otra parte”. Un día alguien escribió
sobre su Irán y su Orán, su Europa, su Brasil. ¿Cuál es mi
occidente?, ¿esa otra parte?, ¿la izquierda de mi cuerpo? ¿O es el oriente? Mi
derecha y mi izquierda van enfiladas: uno. ¿O es también mi Brasil, mi Europa,
mi Orán, mi Desierto, mi playa veracruzana? Al fin de cuentas, soy tan oriente
como occidente, tan veracruzana como brasileña, tan argelina como desértica. Donde cada ser evoluciona según su propia
necesidad.
¿Qué
pasaría si fueras una piedra? Con mayor razón serías un solo territorio. La
piedra es base de cambio. La piedra soy yo, tú, ella, él, ustedes, eso,
aquello, la naranja, el limón, la piña, el sol, el horizonte, mi mano, tu mano,
todo. Y nada. Nunca patees una piedra cuando estés molesto o enojado, porque
puedes estar pateándote a ti mismo.
Aún. No
soy. Lo que podría. Ser. Pero. Ya soy. Y de pronto aparezco en un lago, en una
cabaña en medio de un lago. En una cabaña que echa humo por la chimenea, en
medio de un lago. En una cabaña que echa humo por la chimenea en medio de un
lago rodeada de agua, y más allá, bosque, y: No tengo nada que pedirle... Y si la posibilidad es un sin fin de
caminos libres de juicios, me has leído.
*Texto escrito a partir de un ejercicio en el que leímos "Vivir la naranja" en La risa de la medusa. Esayos sobre la escritura, de Hélène Cixous.