A.Romo
Cuentan que hace
muchos años, en la época que México era colonia española, existió una mujer que
por despecho amoroso mató a sus hijos, y arrepentida, casi inmediatamente quedó
condenada a buscarlos y llorarles por toda la eternidad. Con el dolor de una
pérdida irreparable deambula por todo el país siempre llamándolos:
¡Aaayyyy….mis hijos! Y su lamento provoca escalofríos a quienes la escuchan.
Yo creo
que hace tiempo en mi México nos hemos acostumbrado a sus lamentos y ya no nos
provocan miedo ni escalofríos; a algunas personas quizá compasión, y a las
menos, indignación y solidaridad. Las lloronas de hoy sólo encuentran eco a sus
lamentos y su dolor.
He
conocido a algunas personalmente, de otras he sabido porque alguien me habló de
ellas, a unas las he visto a la distancia, pero las lloronas tienen rostro, y al
hablar de estos rostros vienen a mi pensamiento muchos nombres, porque los
rostros tienen nombres, y a lo largo de los años han cruzado por mi camino, transformado mi vida y también mi propio
rostro.
Rostros
espejos de un dolor silenciado, dolor que se pierde ante las impactantes
imágenes cotidianas y noticias de ejecutados, asesinados, desaparecidos,
esfumados, y vueltos invisibles, dejan vacíos en la vida de quienes los amaron
al margen de cualquier justificación o juicio que se busque dar a su muerte o
desaparición.
Las lloronas de
Ayotzinapa
Las lloronas de
San Fernando
Las lloronas de
Tlataya
Las lloronas de
los feminicidios
Las lloronas de
Sonora
Las lloronas de
Allende
Las lloronas de
las fosas clandestinas
Las lloronas de
todo México
Rostros de madres
que se multiplican por miles y quedan como fondo de un escenario deshumanizado
y deshumanizante.
Políticos
insensibles y mediocres como directores de esta obra que permanecen impávidos
ante una angustia creciente, oprimida, callada, pero no por eso menos
destructiva.
Angustia y dolor
creciendo en miles de duelos inelaborables que alcanzan ya a una sociedad
completa.
Angustia y dolor
creciendo lentamente como una marea dispuesta a romper el dique que impone el
poder mal ejercido.
Miles de muertos y
desaparecidos, por cada uno de ellos rostros que no son los protagonistas
principales de las noticias y de las historias, sino rostros que permanecen en
el olvido aparente.
¿Quién hará
justicia por todos ellos?
¿Quién hará
justicia y reparará este país que se desmorona ante nuestros ojos?
¿Quién escucha a
las lloronas?
Pobre México, perdido en los estrechos límites
de la pobreza. La frontera con la muerte acechante. Sin tiempo ni espacio
externo sólo queda la imaginación. Porque casi todas las lloronas son pobres y
sobre ellas se ensañan de manera especial todas las violencias.
Las lloronas de hoy siguen buscando eternamente
a sus hijos e hijas. El peso de la violencia social cae sobre las mujeres,
principalmente sobre mujeres pobres, ellas son las que dan el primer paso y
salen a las calles solas y en el camino se van encontrando, formando un
colectivo que comienza a gritar lo que sucede; los pasos iniciales son movidos
por la lógica del afecto, por la necesidad de encontrar a sus seres queridos.
Las nuevas lloronas son las
mujeres obligadas por las circunstancias a enfrentar el impacto de la violencia
en sus propias vidas.
Ellas tienen que hacer frente a los duelos por
las pérdidas familiares y sociales, y la mayor parte de la reconstrucción recae
sobre sus espaldas. Son lloronas en búsqueda de los perdidos y son madres de
los presentes
Las lloronas de hoy……. ¿Cuántas lloronas más
necesitan haber en México para levantarnos y romper de una vez con la
maldición?