A. Romo
Te fui amando de a poquito, casi sin
darme cuenta, con la memoria de amores lejanos. Llegué sin conocerte y te
encontré: silencioso, ardiente, limpio, abierto, dispuesto a recibirme aunque
sin un abrazo. No me diste la esperada bienvenida, a mí, que venía con tanto
frío en el alma.
Tuve miedo y rabia, desesperanza,
en las muchas veces que mis lágrimas derramadas por la nostalgia y el dolor
cayeron en ti, y las secaste tan rápido e insensiblemente que mi perplejidad
fue mayor a las emociones despertadas por tu indolencia.
Te odié, cada vez que golpeaste
mi rostro con tus ásperas manos, cada vez que mi cuerpo con frío
no recibió cobijo, y todas las tardes que reflejaste la sangre de mis heridas
sin tener la compasión de curarlas.
Tú, imperturbable como siempre,
te limitabas a estar, a ser mudo testigo de mis dudas, mis nostalgias, mi
eterno deseo de huir, mis reproches y mi tristeza.
Cada tarde nublada por la cortina de tierra
oculto mi depresión a los ojos de otros.
Muchos años fue así nuestra relación;
yo esperando respuestas, tú sin darlas. Yo desesperada… tú, impasible.
Muy despacio he ido
comprendiendo, oído en tu silencio las respuestas anheladas, besando tus labios siempre cerrados
he saciado mi sed, gota a gota; recorriendo tu cuerpo he encontrado rincones
acogedores en donde descansar esta añeja fatiga. He sido bañada por el rocío de
tus noches y la claridad de tu cielo me ha purificado. Mi luz se ha significado
en tu sombra.
Hoy contemplo la inmensidad de la
vida como un horizonte tan amplio como el tuyo. Confío en todo lo aprendido a
tu lado y me llevo las fortalezas que me regalaste.
Han pasado demasiados años
desde nuestro primer encuentro y nuestro amor ha cumplido su ciclo. Me diste
mucho, como es tu costumbre, en una forma callada y modesta que es capaz de dar
agua y vida en medio de la nada y que sólo quien te conoce sabe distinguir el
cactus preciso para calmar la sed, y encontrar tenues huellas en tu arena sin
extraviar el rumbo.
Aprendí lentamente todo lo
necesario para convertirme en la mujer que ahora soy, fue un intensivo y difícil entrenamiento de
supervivencia extrema, como sólo se puede dar en lugares que nos prueban, como
en ti. Mi desierto…mi amante
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